Ya
son muchas las horas en las que permanezco dentro, en esta burbuja del tiempo
sin una aparente luz al final del camino. Escucho las voces de la superficie
amortiguadas como un buzo en el abisal y atrayente fondo de un océano
ilimitado.
Vuelvo
a la casilla de inicio sin esperar ganar el juego, solo armada con infinita
paciencia, alimentándome de mañanas que nunca sabré a ciencia cierta si
acontecerán… Pero, así soy yo, una cadencia serena hoy, sin ánimo de lucrar sus
manos, aspirando esta lejanía del mundanal ruido que continuará sin mí,
mientras espero que salgan mis dados o que el hado del destino convierta mis
páginas en un velero bergantín.
Trato
de fluir sin pronósticos ni quinielas, sin engañar mi ego con empresas donde no
está mi corazón. Sin la esclavitud de la premura o la obsesión. Sé que los días
que nacen, están predestinados a apagarse cuando llegan las sombras, pero
también sé volar privada del calor del sol, cuando la lluvia emborrona mi letra
y aun cuando la luna se vuelve esquiva.
Despacio,
me empeño en sentir la brisa en el rostro y el viento en las alas, alzándome
hasta alcanzar un horizonte limpio de hipocresías donde llenar, de nuevo, mis
pulmones. El espacio sideral que no aturde la esencia de mi búsqueda, donde
pueda escuchar el diáfano timbre de mi voz. A salvo de imposturas que son
jaulas de oro, humo encorsetado de promesas vanas, laberintos a plazo fijo,
espejismos de fama y gloria.
Lejos,
muy lejos, viajando por los arcanos del existir, tratando de desenredar la
madeja, de descifrar dónde se hallan y cuáles son los hilos rojos que hacen
bailar mis latidos, aquellos que -dicen- tejen el sentido de la vida. Sorteando
mis propios meteoritos, sujetando las riendas encabritadas de un cuerpo rebelde
en el adviento de su senectud.
Sé
que trazar el camino es difícil, tensar el pulso al vacío, impulsarse de un
mundo a otro es labor funambulista, arañando tu armadura, manteniendo en un
milagro constante, la débil llama de la esperanza.
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