Poema Bella rosa por InVERSO

 



Curramos como auténticos siervos

Para darnos esos parvos caprichos

Estamos con nuestra faena a diario

Así permitirnos algún humilde vicio

 

Alguna debilidad habrá que reputar

Indigno será cuando éstas no existan

Pero prefiero no pararme a recontar

Muchas de las que en uno habitan

 

Así es la vida que nos tocó disfrutar

La esencia de todas las pequeñas cosas

Ni poderosos ni reyes llegarán a valorar

El cándido obsequio de una bella rosa




Poema La cicatriz celeste por Félix Molina





  Para el entrañable Carlos Beltrán Antón


Cuando haya noche clara y sin más luz

que la que irradien ateridos astros,

cuando sientas el alma tan cercana

que en tu silencio escuches su latido,

contemplarás quizá un cielo sin luna

donde la oscuridad es sólo el fondo

para una floración de incandescencias.

 

Propicia entonces te será la noche

si encuentras su sendero resplendente,

el brocal al que asoman otros mundos;                         

esa suerte de cósmica rayuela

donde al vértigo se abre la mirada.


Un camino que el día desconoce,

y ante un sol manifiesto desatiende.

Un camino cegado para el día,

cuando en el vuelo corto te ajetreas

por apurar la vida a tragos largos.

 

Pero insiste la noche

en su jaspe y su tersa desmesura.

 

La noche vuelve con la ígnea sierpe

tatuada en su alta bóveda. Y, al verla,

no puedes eludir el preguntarte

por la arena de qué mar serás grano

cuando acabe este viaje sin propósito

para el que desde siempre llevas puesto

el hábito y bordón de peregrino.   


                                                                                                                            

                                                     


Sólo nubes por Ana María Rivas-Ruiz


Descifro el contorno de las nubes errantes que discurren por el espacio nocturno de mi ventana.

Ahora, un dragón chino se difumina entre los vapores que exhala la tierra en un gemido ligero, deslizándose silencioso arrastrado por una leve brisa. Ahora, un Ave del Paraíso de dorada pluma que asciende porque no encontró consuelo para habitar en ningún Edén.

Como volutas etéreas surgen, emergiendo en mi desvelo, ocultándome las estrellas, con sus formas caprichosas, cuando más añoro su luz parpadeante, pulsos de un corazón interestelar.

Figuras en un teatro de luces y sombras, compañía para unos ojos cansados de realidad. Aligerando el peso de mi cuerpo mortal, dibujando fantasías livianas, fuente para mi sed de magia, adormidera para mis inquietudes, ardid para mis preguntas, juego de tahúr que seduce mis sentidos.

La noche pesa a plomo sobre una consciencia demasiado desvelada y sólo quisiera soltar mi lastre porque no entiendo la ausencia de respuestas. Flotar sin el daño, acariciar a mi amor en su sueño, proteger cuanto adolece de consuelo. Elevarme, como ellas, sin temores, en estado nebuloso, tornadiza, sin sombra alguna y derramar mi lluvia libre y fértil.

Mi mano se alza para acariciar el imposible tacto que imagino y queda inerte sobre la nada del espejismo, parece tan cercano el cielo y es tan engañosa esa certeza que apenas me convenzo.

Descifro el contorno de las nubes… Ahora, una pálida libélula bate sus alas. Ahora, un profundo valle descubre, efímera, la luna menguante. Mientras, la madrugada huye furtiva siendo testigo de esa belleza que se escapa de mis ojos hacia, quién sabe si los de otros.

Mi alma de niña, sigue el curso de sus formas que se elevan sin fronteras, mientras en mis labios brota una oración.




El panadero que horneaba historias. Carsten Henn

Las lectoras de La ardilla literaria van a disfrutar de esta novela tierna y emotiva, del autor de El hombre que paseaba con libros (Maeva). El mismo sello, lanza este año, El panadero que horneaba historias, de Carsten Henn

Capítulo a capítulo iremos descubriendo a unos personajes entrañables, algunos, llenos de afecto, pero sobre todo a dos grandes protagonistas. En la portada de El panadero que horneaba historias ya vemos a Guiacomo Botura. Un italiano de Calabria que lleva media vida en un pueblo de Alemania. Desde muy temprano enciende el horno y va haciendo el pan para sus vecinos de una manera no solo artesanal. Hay historias detrás de cada pan, algo que averiguaremos junto a Sofie Eichner. Por circunstancias de la vida, tendrá que reinventarse. Algo nada fácil para quien ha sido una bailarina de ballet vocacional. 

Los inicios son siempre duros, eso lo sabemos todos, en parte de eso va El panadero que horneaba historias. Giacomo intentará ayudar a Sofie a encontrar la felicidad, su nuevo lugar, amasando, horneando y a través de la filosofía que encierra esa labor artesana y no siempre reconocida del obrador. Sirva como detalle porqué Giacomo siendo italiano lleva una gorra francesa… Os sorprenderá. 

Mi personaje secundario favorito es sin duda Anouk, la sobrina de Sofie, por muchas razones que os invito a descubrir en esta novela que se  lee, pero también se huele, incluso hasta se saborea. Sofie hallará en la panadería de Giacomo mucho más que un nuevo empleo, del mismo modo que quienes se acerquen a El panadero que horneaba historias hallarán mucho más que una historia de superación y aprendizaje. Por cierto, si os gustan las canciones de Domenico Modugno, le caeréis genial a Giacomo, no me extrañaría que os regalase una deliciosa barra de pan, pero no una cualquiera, porque como los libros, el pan tiene su personalidad y su historia. Una novela con mucha miga, ¿no os parece?


Carsten Henn (Colonia, 1973) autor de varios libros de no ficción y de tres exitosas series de novela negra. Se dio a conocer en nuestro país con su anterior novela, El hombre que paseaba con libros (Maeva, 2022) que le supuso el inicio de una prometedora carrera internacional. trabaja como escritor y periodista especializado en enología y como crítico gastronómico. 

El panadero que horneaba historias. Carsten Henn. Maeva ediciones.

Princesa por InVERSO

 

En el instante que ella afloró

No supuso alguna sorpresa

El pueblo lo tenía bien claro

Al fin, nacía una gran princesa

 

Poco a poco fue creciendo

Convirtiéndose en la más bella

Aunque el tiempo la iba definiendo

Diferente a todos era su alteza

 

Pero sí fue rápida en descubrir

Ya nunca seguir lo establecido

La brújula que la ha de dirigir

Ahora, en pirata la ha convertido

 

Siempre fuiste…

La más princesa de todos los piratas

La más pirata de todas las princesas

¡Jamás dejes de serlo!

 



 



Antiguas fotografías por Ana María Rivas-Ruiz

 

Mis manos se aprestan a la disciplina del teclado en una danza ignota, un ballet palpitante que acude desde los pasos de mis pensamientos. Cada sorbo de aire que tomo para tratar de esbozar en palabras rebeldes, los más insurgentes sentimientos, se entrelaza como pareja indivisible, moviéndose, a los compases más primigenios sobre la faz de la tierra en blanco, que recobra su sentido de ser.

La caja reposa sobre la mesa, junto a la pantalla. Destilando el perfume añejo del tiempo ajado y pretérito. Rebosante de imágenes cubiertas por la pátina cobriza de días remotos, de vidas pasadas, de instantes envasados en instantáneas como burbujas, que surcasen el tiempo sin los límites de la imposición fisiológica humana. Burbujas que parten, como naves siderales, cruzando dimensiones ilógicas con sus mensajes atrapados de instantes. Semillas imposibles sin fértil destinatario que acoja su originaria intención. Fotografías en blanco y negro que son borrones en sepia, cuarteadas por el tacto de quien tanto las besó, las guardó con devota reverencia, las recibió con ternura y las conservó como la memoria viva de tantos quienes, que, algún día, fueron alguien para ellos.

Hoy, frente a mi escrutinio, retrocedo generaciones hasta perderme mientras sus ojos me siguen sin abandonar su detenida pose. Tal como eran entonces, conservadas sus almas en el gesto, en el escenario donde siguen dormitando sus mensajes de tarjeta postal. Declarándose promesas de amor, dedicándose sincera amistad, comunicándose los bautizos o las bodas, desfilando en sus trajes de soldado. Niños fantasmales de comunión con semblante inquiridor, batallones del ejército en sugerentes y lejanos destinos, damas con alta peineta de mantilla y rosario en mano, familias enteras celebrando, muchachas saliendo a pasear por la avenida, costureras de blanco impoluto bordando, trabajadores de mangas arremangadas, marineros a punto de zarpar, gentes detenidas para la eternidad por un disparo singular.

Deambulan por el escenario del presente, atónitos por mi ignorancia y mi asombro. Seguramente, por mi vano intento de reconocer lo que para mí no iba dirigido. ¿O sí? Tal vez.

Jamás imaginaron compartir conmigo estos renglones, en este trémulo tiempo y despertar la consciencia, contándome, viajeros del tiempo: que en sus épocas también hubo males temibles, que persistieron por vivir y por dar vida, que las precariedades no consiguieron doblegar sus esperanzas e ilusiones y que soñaron con un mañana mejor, siempre.




Que llueva por Félix Molina




Esta lluvia que es

un llanto sin sollozo

ni sal, un manantial

de expuesta transparencia,

esta lluvia que lava

la ajada piel del mundo

y hace bailar las flores

con risa y zarandeo,

esta lluvia que a veces

noviembre nos regala

y que tan bien se ajusta

a mi tristeza, esta

es la lluvia que quiero

 

La lluvia de la infancia,

cuando en los días grises

en la casa se oía

las gotas repicar

sobre las verdes tejas

y al chopo alborozado

cantar agradecido

-su copa, abierta al cielo-

por el celeste don.

 

La lluvia adolescente

de besos y carreras

cogidos de la mano,

cargados con los libros,

cruzando el bulevar,

mojadas las sonrisas…

 

Siempre, lluvia, acompañas,

aunque a veces con miedo

de tu caer durable.

Pero hoy, en la tierra,

tu beso enciende el rostro

de los campos, bendice

las voces de la tarde,

consagra surco y fruto.

Tu parda claridad

se nos ofrece, y eres

tú la lluvia que quiero.

 

Que llueva en los caminos,

que llueva sobre el mundo.

Sobre siembras y eriales,

sobre vivos y muertos

en mi recuerdo llueve.

 

Sobre la sombra incierta

de un día ya gastado

miro

caer

la lluvia.