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Etérea por Ana María Rivas-Ruiz

 

                                         


                            

Sostengo tu mano, cuyo tacto mi cuerpo reconoce sembrado de caricias. Compañera de la mía, cómplice y amante en la travesía feliz y extensa de los años, aunque ahora parezcan solo un sueño.

A través del ventanal, la luz se difumina atrapada entre opacas nubes negras. Los relámpagos hieren el cielo, veteándolo en un concierto de breves destellos que preceden a la tormenta. Percibimos el silbar del viento castigando a los árboles del parque, buscando caminos entre las calles estrechas, estrellándose contra los muros de los edificios, en un pulso, cuya soberbia reta.

La lluvia ya baña las aceras, arrebata las hojas secas que por sus charcos navegan, mezcladas con inmundicias, hacia las alcantarillas hondas, formando cascadas desde oscuros canalones. El violáceo firmamento retumba poderoso, creciendo en ecos lejanos como un vigoroso corazón que anhelase el tuyo, como yo. El aguacero arrecia con su propio bramido de torrente caudaloso, pero permanece ronco sin tu voz para anunciarlo, sometida a un silencio pavoroso. Ya ha cegado el celeste de tus ojos, que se ha ido apagando tras la primavera, encerrado y contenido en el ausente verano de una habitación de hospital.

La noche desea presentarse y separarte de mí en brazos de Morfeo, que a tu cabecera acude. Como si nuestro resguardado amor fuera su afrenta.

Tu sueño es profundo e insondable, orquestado por una respiración inquieta. Mi mirada resbala por las líneas de tu rostro y busca fuera el resplandor de la hierba, los brillos de las ramas del magnolio zarandeando sus flores níveas. Siento que me voy convirtiendo en una dama etérea que atrapa el instante para rendirlo a tus pies, para impregnarme entera del paisaje que ya no contemplas y entregártelo en un beso, tal como te cedo mi alma entera.

Sostengo tu mano y percibo como avanza la ausencia.





Un héroe por Ana María Rivas-Ruiz

 


Con paso vacilante trae los platos a las mesas de un pequeño bar con ínfulas de restaurante. Es un local en el paseo de la playa regentado por unos socios chinos que abrieron el verano pasado y que resiste el envite tras la pandemia. Tiene una avanzadilla junto al muro, frente a la playa, a modo de terraza y algunas mesas más dentro del establecimiento, que compite con el resto exhibiendo sus vistosos carteles de tapas, bocadillos y una suerte de platos que pretenden ser europeos, además de otros tantos asiáticos. Una extraña fusión, con una oferta diferente, en la descarnada competencia de un pueblo que vive del turismo cuando llega el buen tiempo y que se vuelve casi fantasma al finalizar la temporada.

Tiene un contrato temporal y está a prueba, así que siempre siente sobre su cogote los escrutiñadores ojos oblicuos que le vigilan. Nunca pensó que acabaría en este trabajo y, bajo su atuendo negro de mesero, arrastra su penosa alma mientras sigue dibujando, en su mente, toda suerte de superhéroes que escapan de su gris mediocridad para salvar al mundo. Se siente como una sombra atrapada en su timidez, con esa pinta de adolescente regordete que no le representa. Cada mañana se atusa una maraña de cabellos rizados, tan insulsos como la expresión inescrutable de su redonda cara donde quedaron las marcas de algunos granos del acné y parpadea, tras sus empañadas gafas, imaginando que este aspecto solo es su falsa apariencia. Una identidad que esconde al tipo que realmente siente que es.

De su cuello cuelga el único objeto que le permiten llevar. De vez en cuando, un caprichoso reflejo de luz atraviesa su verdosa esfera y su brillo le convence de que, un día, su magia lo sacará de allí. Mientras va y viene, entre comensales que ni le miran, el convencimiento de esa fabulación le da fuerzas para musitar las serviciales palabras. Su amuleto, el ojo de Agamotto, collar del soberbio y vanidoso Dr. Strange, se balancea misterioso y le convierte en el máximo hechicero capaz de abrir portales transdimensionales y, con asombrosos poderes, enfrentarse a toda suerte de villanos destructores.

Las jornadas son eternas y los fines de semana, cuando no da abasto, soporta los insidiosos comentarios –sobre su pluma– de otros jóvenes que le ningunean impunemente. Cuando en la madrugada baja la persiana y recorre el paseo, casi desierto, con su arma de sabiduría contempla a otros grupos que beben en la arena de la playa o escandalizan con sus groseras conversaciones a la puerta de los garitos, cuya estridente música enmudece el sonido del mar. Se pregunta a quién de todos esos iba a salvar y si ser un héroe merece la pena, pues con la Gema del Tiempo puede ver más allá de las apariencias.

De momento, llevarlo le da fuerzas para soportar el tedio y los sueños para aspirar a algo más en su vida, el enigma donde está todo por resolver.





 

  


Poema Anunciación por Félix Molina Colomer


                      


                  Para mi querida poeta Blanca Villanueva

Antes que sus yemas broten

alza el jacarandá al cielo

sus abanicos marinos,

un turbante de azul nuevo.

 

Antes que vestir de verde

nieva de lilas el suelo

y al aire olean sus ramas

con traje de marinero.

 

Noticias de alas azules

como arcángeles de ensueño

que el día alarga, nos dicen,

que ya es pasado el invierno.

 

La primavera celeste

ha comenzado en silencio

a anunciarse en las corolas

del árbol de mar y viento,

que antes de lucir su verde

quiere vestirse de cielo.



 


Poema Blanco o negro por InVERSO

 

 

Dos maneras de pintar la vida

Según indomables emociones

Una de ellas en blanco o negro

La otra dibujarla de colores

 

Acepto existir entre los primeros

Simple, con dos únicas opciones

Extremo como toro en burladero

Intenso en todas mis decisiones

 

Dos maneras de pintar la vida

Según indomables emociones

Una de ellas en blanco o negro

La otra, dibujarla de colores

 




RESEÑA: REMEMBER DE ANA G. HERRÁEZ



Por Lupe Bohorques 

Remember (Recuerda) de Ana G. Herráez es un libro, ante todo, original. De principio a fin nos cuenta una historia bien construida, acompañada por una prosa pulida, bien hilvanada, lo que produce, junto a la trama, un enganche que consiste en averiguar qué ocurre, por qué motivo, qué va a suceder y cómo se resolverá el misterio que planea durante toda la novela. Ana G. Herráez narra una aventura que no sabes bien dónde va a llegar cuando te adentras en el bosque de 266 páginas, pero necesitas llegar hasta el final para entender lo esencial de un relato que se mueve entre la realidad y la fantasía. Es, además, un libro que destila emociones intensas, tan bien descritas que puedes llegar a sentir una punzada en el pecho, sin saber del todo si la autora ha vivido lo que describe con precisión de cirujano o lo ha imaginado. Los personajes principales están bien creados y convencen por su profundidad psicológica, especialmente Emily, la madre de Laura, a quien un accidente de coche le cambia la vida en cuestión de segundos cuando ambas circulan por las carreteras de Cambridge.

Lo más curioso de esta novela es que la realidad coquetea con la irrealidad, con obsesiones e hipótesis más allá de la propia vida, y formula preguntas que casi todos los seres humanos nos hemos cuestionado alguna vez. Lo ordinario se convierte en una hipótesis de lo extraordinario. El dolor no aceptado se transforma en un estado de conciencia que pone al lector en una situación de credulidad o incredulidad con lo trascendente. La historia plantea muchos temas y describe sentimientos comunes: dolor, soledad, el proceso de recuperación del duelo, la desesperación humana, la pérdida de memoria, el cáncer, la amistad, el amor y la posibilidad de una vida más allá de lo que conocemos como vida, planteando al lector, de forma inteligente y literaria, cuáles son los verdaderos límites, si existen, entre la vida y la muerte. Es, sin duda, una novela personalísima y humana que nos remueve y cuestiona.

 


La vida está por Ana María Rivas-Ruiz

               


Late a nuestro alrededor, aunque la hayamos disfrazado de rutina, de un concedido don automático que sobreviene, sin más; sólo aguarda a que la atendamos.

En el entorno de los grandes edificios, que esconden la enfermedad y contienen las tristezas, el dolor, el miedo y la muerte, los mirlos han hecho su reino en los parques en esta primavera. Los polluelos ya abandonan sus nidos, corretean pendencieros con sus patitas vigorosas, apoderándose del fresco césped y sus armoniosos cantos alegres encuentran su eco.

Ni el sonido de las sirenas de las ambulancias, los cláxones de autobuses y coches o las estridencias de las motocicletas, ni siquiera el barullo de las voces de una ciudad, en horas punta, es capaz de perturbar los chillidos de las verdes cacatúas que se balancean en las ramas de los árboles. Los gorriones prosiguen su infatigable deambular entre los arbustos y una nube de palomas toma tierra en la cercanía de las fuentes circulares de piedra, cuya fresca agua se derrama hacia su cuadrada base tornándose de color turquesa. La misma fuente, cercana a mi facultad, a la que acudía en mi tiempo libre para soñar con el mañana de mi vida y escribir, siempre escribir. Hechizada en su rumor que me prometía fluir, solo fluir.

La vida está.

Brotando frágil y hermosa en su efímero tiempo. Transcurre mientras la gente en su premura es presa e incapaz de sentirla. Mientras en su latido chocan sin advertirse y se consumen persiguiendo sus propias quimeras; pero yo quiero levantar la cabeza, detenerme y mirar. Quiero ver de verdad todos los colores, sentir la brisa con el perfume vegetal y los corazones de todo ser vivo, el calor y el frío y escuchar la banda sonora de los ritmos que nos ofrece.

La vida está defendiéndose de las nocivas criaturas que la hieren y contaminan y que actúan contra ella.

La vida está.

Como un tesoro en tus iris azules, desde que me miraron por primera vez. En ese Amor incombustible que me regaló muchas formas de sentirlo y expresarlo.

La vida está, todavía, contra viento y marea, está.   





Poema Imágenes por Alicia Muñoz Alabau


Tras mi retina

se acumulan imágenes

como fotos antiguas

que no quisimos desechar

aunque nos haga daño

contemplarlas.

Circulan en bucles

de impaciencia sucesiva

y te recuerdan quién eres

aunque te empeñes en ignorarlas.

Chirrían como trenes

en vía errónea

que frenan con esfuerzo

ante el choque inminente

y permanecen

aunque cierres los ojos

porque las almacenaste

muy adentro.

Circulan por caminos cortados

debido a las tormentas

y por acantilados peligrosos

en los que apenas caben sendas.

Bordean el precipicio

de la cordura

y regresan

ofreciendo un pasado

que se tambalea.

Son absolutamente mías

y, sin embargo,

no me reconozco en ellas.