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Poema Santa noche por Félix Molina Colomer

 


Pequeño Ser que hoy llegas a este mundo

entre la paja de un pesebre helado

y colmas, unigénito, de gozo

la esperanza perdida de un anciano,

la promesa pendiente de una madre

como una primavera antes de marzo;

Niño Dios de la fe nuestra, el mañana

que te aguarda es injusto y es amargo.

Pero así es Tu destino: una vida

que mitigue la oscuridad del paso,

una voz que proponga en todas partes

un amor infinito al ser humano.

“Yo soy la luz del mundo”. En las palabras

que tus labios dirán nos confortamos.

Todo está por llegar, pero esta Noche

de silencio y cristal, cuando arde el cuarzo

errante de Tu estrella, en las ventanas

se prolonga la sombra de los Magos.


 


Respiro por Ana María Rivas-Ruiz

 



Me gustaría que estuvieras aquí conmigo, o yo allá contigo, o que estuviéramos juntos en cualquier lugar.

Mario Benedetti

Una luna incompleta avanza hacia su siguiente fase selenita. Contemplo la noche y respiro, y esa inhalación escuece como sal, en la herida de un corazón incurable, allá en la sima profunda donde arde una angustia incombustible.

El cielo encapotado ocultó el creciente resplandor, convirtiéndolo en difuso e inacabado. Una maraña de velos grises de tul extiende sus sombras sobre el anochecer, velando el insondable cosmos de celestes astros.

Respiro y no quiero aceptar la soberanía de mis pulmones, ni los latidos de esa víscera irracional que me mantiene con vida, porque tú ya no estás conmigo, y mi aire ya no es el tuyo.

Mis días son extraños, con sus volátiles horas, en los que sigo persiguiendo al conejo blanco, cayendo por la madriguera del sinsentido, en la perpetua incredulidad de seguir sin ti.

Respiro. Me levanto y respiro, preguntando a la crueldad del tiempo por qué estabas apenas hace un segundo y no estás ahora. ¿Cómo pasó todo lo que fuimos y, hoy, parecen siglos de otras vidas?

La luz blanca y gélida se debate en el oscuro eclipse de esta noche eterna, sin horizonte, donde naufraga mi aplomo. Ese silencio atronador que no cobija, ni calma, donde repito tu nombre, enviado hacia los confines inalcanzables, como una nave errante en busca de una respuesta en el infinito.

Respiro y odio su sonido de suspiro enclenque que me ha convertido en una sombra confusa, entre los vestigios de este naufragio y una esperanza que cree.

Mas respiro y sueño que solo estoy esperando tu regreso o mi partida, que como se impuso, finalmente, la plena luna, la voluntad de este amor no será una batalla perdida.  




Poema Perro lobo por Félix Molina Colomer




 

No te fíes de la tristeza.

 

Esa dulce tristeza

que, en ocasiones,

te visita apacible para hacerse

algún hueco en tus versos.

 

Que vuelve como un perro apaleado

a lamerte las manos, se restriega,

y se tiende a tu sombra,

sumisa y familiar.

 

La acaricias consolador.

Entre tus líneas parece

encontrar acomodo.

 

Y cuando crees

tenerla apaciguada

se vuelve contra ti

y de improviso muerde

con diente cruel y quemadura

hasta hacer que la tarde sangre.

 

La que parecía mascota

fue siempre lobo hambriento

y ha crecido contigo.

 

Cuídate de su dentellada.



 


Poema Olvido por Alicia Muñoz Alabau

 


Intuyo

que será difícil el olvido.

Presiento

que tu recuerdo quedará agazapado

en cualquiera de mis rincones

y que llegará corriendo,

sobrevolando distancias

ante el más mínimo descuido.

Adivino

restos de tus besos en mis labios,

en mis manos, en mi pecho,

en mis abrazos,

rastros de un encuentro apasionado

que se repetía

hasta dejarnos exhaustos.

Imagino

que algún día la nostalgia me abandona,

imagino

que tú tampoco me olvidas.




Los días sin mí por Ana María Rivas-Ruiz


                                               

Los días, sin mí, caerán como aguaceros rendidos a tus pies.

Pasarán enarbolados en grandiosas nubes de anaranjada arena,

traspasando los límites de las tardes hacia la bruna noche.

Se llenarán de ecos indescifrables y perfumes

que embaucarán tus sentidos,

señalando, en la rosa de los vientos, mi ausencia.

Los días sin mí recorrerán el planeta

para seguir alumbrándolo de vida nueva.

Transcurrirán en un mundo

que ansiará el ardiente hálito de un amor inmenso,

perseguirán los sueños de otros,

embelesados como los mirlos en sus cantos.

Tal vez, alguna huella del ayer

se cuele por la rendija del recuerdo

y alguien suspire mi nombre, cuyo rostro,

se difuminará como borrón de tinta añeja.

Los días, sin mí, todo cuanto fue perderá,

en manos de otros, su significado,

ajenos a su historia.

Borrarán la luz

que proyectaba mi sombra,

el tacto de mis manos,

el brillo de mis ojos y el tono de mi voz.

Rellenarán el vacío hueco con sabia nueva,

y se sucederán mareas,

lunas llenas y cosechas.

Tornará el cielo opaco algún eclipse

o cruzará el espacio algún cometa.

Los días, sin mí, seguirán hasta que

se cubran de verdín las letras pétreas,

donde alguien, tal vez, escriba un epitafio

y se extravíen, amalgamadas, mis cenizas

en quién sabe qué tierra.

                                                          






                                               

Etérea por Ana María Rivas-Ruiz

 

                                         


                            

Sostengo tu mano, cuyo tacto mi cuerpo reconoce sembrado de caricias. Compañera de la mía, cómplice y amante en la travesía feliz y extensa de los años, aunque ahora parezcan solo un sueño.

A través del ventanal, la luz se difumina atrapada entre opacas nubes negras. Los relámpagos hieren el cielo, veteándolo en un concierto de breves destellos que preceden a la tormenta. Percibimos el silbar del viento castigando a los árboles del parque, buscando caminos entre las calles estrechas, estrellándose contra los muros de los edificios, en un pulso, cuya soberbia reta.

La lluvia ya baña las aceras, arrebata las hojas secas que por sus charcos navegan, mezcladas con inmundicias, hacia las alcantarillas hondas, formando cascadas desde oscuros canalones. El violáceo firmamento retumba poderoso, creciendo en ecos lejanos como un vigoroso corazón que anhelase el tuyo, como yo. El aguacero arrecia con su propio bramido de torrente caudaloso, pero permanece ronco sin tu voz para anunciarlo, sometida a un silencio pavoroso. Ya ha cegado el celeste de tus ojos, que se ha ido apagando tras la primavera, encerrado y contenido en el ausente verano de una habitación de hospital.

La noche desea presentarse y separarte de mí en brazos de Morfeo, que a tu cabecera acude. Como si nuestro resguardado amor fuera su afrenta.

Tu sueño es profundo e insondable, orquestado por una respiración inquieta. Mi mirada resbala por las líneas de tu rostro y busca fuera el resplandor de la hierba, los brillos de las ramas del magnolio zarandeando sus flores níveas. Siento que me voy convirtiendo en una dama etérea que atrapa el instante para rendirlo a tus pies, para impregnarme entera del paisaje que ya no contemplas y entregártelo en un beso, tal como te cedo mi alma entera.

Sostengo tu mano y percibo como avanza la ausencia.





Un héroe por Ana María Rivas-Ruiz

 


Con paso vacilante trae los platos a las mesas de un pequeño bar con ínfulas de restaurante. Es un local en el paseo de la playa regentado por unos socios chinos que abrieron el verano pasado y que resiste el envite tras la pandemia. Tiene una avanzadilla junto al muro, frente a la playa, a modo de terraza y algunas mesas más dentro del establecimiento, que compite con el resto exhibiendo sus vistosos carteles de tapas, bocadillos y una suerte de platos que pretenden ser europeos, además de otros tantos asiáticos. Una extraña fusión, con una oferta diferente, en la descarnada competencia de un pueblo que vive del turismo cuando llega el buen tiempo y que se vuelve casi fantasma al finalizar la temporada.

Tiene un contrato temporal y está a prueba, así que siempre siente sobre su cogote los escrutiñadores ojos oblicuos que le vigilan. Nunca pensó que acabaría en este trabajo y, bajo su atuendo negro de mesero, arrastra su penosa alma mientras sigue dibujando, en su mente, toda suerte de superhéroes que escapan de su gris mediocridad para salvar al mundo. Se siente como una sombra atrapada en su timidez, con esa pinta de adolescente regordete que no le representa. Cada mañana se atusa una maraña de cabellos rizados, tan insulsos como la expresión inescrutable de su redonda cara donde quedaron las marcas de algunos granos del acné y parpadea, tras sus empañadas gafas, imaginando que este aspecto solo es su falsa apariencia. Una identidad que esconde al tipo que realmente siente que es.

De su cuello cuelga el único objeto que le permiten llevar. De vez en cuando, un caprichoso reflejo de luz atraviesa su verdosa esfera y su brillo le convence de que, un día, su magia lo sacará de allí. Mientras va y viene, entre comensales que ni le miran, el convencimiento de esa fabulación le da fuerzas para musitar las serviciales palabras. Su amuleto, el ojo de Agamotto, collar del soberbio y vanidoso Dr. Strange, se balancea misterioso y le convierte en el máximo hechicero capaz de abrir portales transdimensionales y, con asombrosos poderes, enfrentarse a toda suerte de villanos destructores.

Las jornadas son eternas y los fines de semana, cuando no da abasto, soporta los insidiosos comentarios –sobre su pluma– de otros jóvenes que le ningunean impunemente. Cuando en la madrugada baja la persiana y recorre el paseo, casi desierto, con su arma de sabiduría contempla a otros grupos que beben en la arena de la playa o escandalizan con sus groseras conversaciones a la puerta de los garitos, cuya estridente música enmudece el sonido del mar. Se pregunta a quién de todos esos iba a salvar y si ser un héroe merece la pena, pues con la Gema del Tiempo puede ver más allá de las apariencias.

De momento, llevarlo le da fuerzas para soportar el tedio y los sueños para aspirar a algo más en su vida, el enigma donde está todo por resolver.