Dicen,
los que saben de esto, que el caminar cura un corazón confuso. Andar y andar
sin más propósito que respirar.
Dicen
que la mente en blanco aleja la tristeza oscura y aseguran que el tiempo lo
cura todo, más tarde o más temprano.
Tal
vez por eso, hoy los pasos solo me llevan de aquí para allá por el placer de
sentir mis pisadas.
Dicen
que no cuentes los kilómetros o las horas que te cueste aguantar el ritmo. No
importan las direcciones ni los objetivos, sólo conseguir que tus músculos se
tensen para sostenerte en pie y seguir. Seguir en días de sol y de lluvia, en
atardeceres de hojas muertas o en anocheceres donde el frío corte tu cara. Que
siempre tras el eclipse vuelve la luz.
Dicen,
los que saben de esto, que sepultar bajo el cansancio, cualquier dolor, es
efectivo y saludable. Que pronto olvidarás ese peso y ganarás la ligereza
suficiente para seguir avanzando. Es la edad del hombre, donde detenerse está
prohibido y donde el impulso va siempre hacia adelante a cualquier coste.
Tal
vez por eso, me sienta extraña al detenerme en el camino y mi mente se asombre en
cualquier recodo que antes no descubrí. Todos partimos desde una línea de
salida en esta carrera de la vida, donde las caídas y los despistes se pagan.
Pero, nunca aprendí a dibujar líneas rectas y, algunas veces, he encontrado la
felicidad perdiéndome en las líneas curvas.
Dicen
que la disciplina marcará el resultado de tu temple. No temen empujarte y
cronometrarte mientras tropiezas, un pie con otro, buscando conocerte, tratando
de ser quien no eres, sin saber quién ocupa, ahora, tus zapatos. Porque
aseguran que pronto aprenderás a volar lejos de cualquier nido seguro y, si
resistes, el éxito está asegurado.
Dicen
que cuando algo estruja tu corazón hay que apretar los dientes para escupirlo
luego lejos, como si no fuera contigo. Con el desprecio de no hacer aprecio
porque el devenir te atropellará si te paras, el que se queda atrás ya no existirá
más.
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