No puedo evitarlo, y creo que tampoco deseo
hacerlo, pero hoy estoy reñido con el mundo, de uñas con él. No hay derecho a
que la gente tenga tan mal fondo, por llamarlo de alguna manera. No sé si es un
delito lo que hemos cometido, lo que sí sé es que se trata de una obra de arte
inacabada, callejera, en efecto, pero arte al fin y al cabo.
De nada sirvió que yo estuviera en estado de
alerta, mirando en todas las direcciones y atento a percibir algún ruido o
movimiento fuera de lo común, porque nos sorprendieron, nos pillaron con las
manos en la masa y tuvimos que intentar salir de allí a toda velocidad, porque
es cierto que estábamos advertidos, no una sino varias veces, pero no hicimos
ni caso. Si mi amigo ya lo dice: «El arte, cuanto más incomprendido sea, más
valor tiene».
Bueno, eso como teoría no está nada mal, aunque
digo yo que una cosa es la gloria y otra muy distinta tener que comer todos los
días, pero a mi amigo eso no le importa, sin embargo, a mí, sí. Él es feliz de
esta forma, y yo, pues qué les voy a decir. Nos conocimos en la calle, de
casualidad, los dos hacíamos la siesta a la sombra de la misma valla. Enseguida
congeniamos; yo percibí en el acto que él era mi alma gemela. Por eso me
conformo siendo su amigo, me debo a él, me siento su protector, yo le aviso con
tiempo cuando se presentan problemas, bueno…, menos hoy; no sé qué me ha pasado, igual estoy
perdiendo facultades.
No sé cómo saldremos de esta, porque la
multa por pintar grafitis es de las gordas y mi amigo no tiene en los bolsillos
más que telarañas, y yo, pobre de mí, bien poco he podido hacer, salvo plantar
cara a los policías locales que nos han pescado. Se han cabreado bastante. Lo
que más voy a echar de menos si esto se prolonga es la libertad para ir de un
lado a otro cuando nos venga en gana. No hay nada más hermoso que sentirse
libre, por hambre que pasemos un día sí y otro también. Pero creo que esta vez
la hemos liado bien gorda.
De momento estamos entre rejas; mi amigo en
la comisaría y yo en la perrera, claro; eso de morder a los policías no está
bien visto. Lo que me mosquea un poco es que hace un rato he oído hablar a dos
cuidadores sobre cierta inyección para poner a dormir, y cuando han acabado de
hablar se me han quedado mirando.
Me han entrado escalofríos, no me gustan las
agujas. Ya veremos cómo queda todo esto.
Un relato delicioso, Francisco. Y qué buen amigo el narrador.... Felicidaddes.
ResponderEliminar