Descifro
el contorno de las nubes errantes que discurren por el espacio nocturno de mi
ventana.
Ahora,
un dragón chino se difumina entre los vapores que exhala la tierra en un gemido
ligero, deslizándose silencioso arrastrado por una leve brisa. Ahora, un Ave
del Paraíso de dorada pluma que asciende porque no encontró consuelo para
habitar en ningún Edén.
Como
volutas etéreas surgen, emergiendo en mi desvelo, ocultándome las estrellas,
con sus formas caprichosas, cuando más añoro su luz parpadeante, pulsos de un
corazón interestelar.
Figuras
en un teatro de luces y sombras, compañía para unos ojos cansados de realidad.
Aligerando el peso de mi cuerpo mortal, dibujando fantasías livianas, fuente
para mi sed de magia, adormidera para mis inquietudes, ardid para mis
preguntas, juego de tahúr que seduce mis sentidos.
La
noche pesa a plomo sobre una consciencia demasiado desvelada y sólo quisiera
soltar mi lastre porque no entiendo la ausencia de respuestas. Flotar sin el
daño, acariciar a mi amor en su sueño, proteger cuanto adolece de consuelo.
Elevarme, como ellas, sin temores, en estado nebuloso, tornadiza, sin sombra
alguna y derramar mi lluvia libre y fértil.
Mi
mano se alza para acariciar el imposible tacto que imagino y queda inerte sobre
la nada del espejismo, parece tan cercano el cielo y es tan engañosa esa
certeza que apenas me convenzo.
Descifro
el contorno de las nubes… Ahora, una pálida libélula bate sus alas. Ahora, un
profundo valle descubre, efímera, la luna menguante. Mientras, la madrugada huye
furtiva siendo testigo de esa belleza que se escapa de mis ojos hacia, quién
sabe si los de otros.
Mi
alma de niña, sigue el curso de sus formas que se elevan sin fronteras,
mientras en mis labios brota una oración.
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