Para el entrañable Carlos Beltrán Antón
que la que irradien ateridos astros,
cuando sientas el alma tan cercana
que en tu silencio escuches su latido,
contemplarás quizá un cielo sin luna
donde la oscuridad es sólo el fondo
para una floración de incandescencias.
Propicia entonces te será la noche
si encuentras su sendero resplendente,
el brocal al que asoman otros mundos;
esa suerte de cósmica rayuela
donde al vértigo se abre la mirada.
Un camino que el día desconoce,
y ante un sol manifiesto desatiende.
Un camino cegado para el día,
cuando en el vuelo corto te ajetreas
por apurar la vida a tragos largos.
Pero insiste la noche
en su jaspe y su tersa desmesura.
La noche vuelve con la ígnea sierpe
tatuada en su alta bóveda. Y, al verla,
no puedes eludir el preguntarte
por la arena de qué mar serás grano
cuando acabe este viaje sin propósito
para el que desde siempre llevas puesto
el hábito y bordón de peregrino.
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