Tras
la tormenta, el cielo desdibujó las nubes terrosas oscurecidas por la
nocturnidad y el firmamento se tiñó del azul índigo más hermoso que jamás había
visto. Las sombras de esos nubarrones cruzaban como enormes cetáceos por la
profundidad de un océano. Todavía no lucía ninguna estrella que penetrase la
oscuridad en la que iba sumiéndose la noche, cuando los celajes se unieron
formando un negruzco tapiz, expandiéndose como tinta china que derramada lo
cubría todo.
En
esa noche de azabache se perdían mis ojos buscando, inútilmente, cualquier
astro luminoso que aligerara la carga de mi corazón, que se preguntaba mil
cuestiones que nunca tuvieron respuesta. Hallando un espacio infinito para
perderme en él, sin más motivo, que dejarme flotar sin gravedad, lejos.
Contemplo,
desde ese espacio profundo, la belleza de la Tierra en su mágica fragilidad y
la insolencia de algunos llamados humanos solo me produce rechazo. No concibo
su violencia cruenta y su maldad, la soberbia de su ego de especie dominante, su
ridículo apego a los materiales bienes y su afán por un poder destructivo.
Admiro las manos de otros que protegen y siembran, las que apaciguan y crean,
las que se unen como escudo incombustible contra la inhumanidad. Me indignan la
manipulación y la mentira, el sometimiento por la brutalidad y la ignorancia, el
desprecio y la indiferencia con su falta de empatía y compasión. Me congratulan
la resiliencia, la bondad, la sororidad y la solidaridad.
Siempre
hay un lugar para el Amor –debe haberlo–, íntimo y grandioso, valiente y
sincero, pulsante y presente, elevado por encima de cualquiera definición o
etiqueta. Un Amor en mayúsculas, libre de propiedades privadas, que brote
indestructible más allá de lo comprensible.
Cuánto
daño puede hacerse en su nombre y cuánto bien es capaz de brindar.
En
esta insomne noche sideral que deambula entre los millones de almas que habitan
mi planeta, tan distantes en apariencia y tan próximas en lo esencial, viaja mi
búsqueda, entre la marea de humanidad. Mientras unos duermen y sueñan, otros
comienzan su jornada matinal. Mientras la noche sombrea el tiempo de unos y
alumbra la luz del sol para los demás. Cuando la primavera ofrece sus ternezas
en un hemisferio y el otoño acontece en el otro.
En
esa noche azabache de inquietud, cuando la contaminación lumínica es superada
por las constelaciones y la negrura me permite divisar las estrellas, puedo
sentirme parte de ellas.
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