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Azul índigo por Ana María Rivas-Ruiz

 


Tras la tormenta, el cielo desdibujó las nubes terrosas oscurecidas por la nocturnidad y el firmamento se tiñó del azul índigo más hermoso que jamás había visto. Las sombras de esos nubarrones cruzaban como enormes cetáceos por la profundidad de un océano. Todavía no lucía ninguna estrella que penetrase la oscuridad en la que iba sumiéndose la noche, cuando los celajes se unieron formando un negruzco tapiz, expandiéndose como tinta china que derramada lo cubría todo.

En esa noche de azabache se perdían mis ojos buscando, inútilmente, cualquier astro luminoso que aligerara la carga de mi corazón, que se preguntaba mil cuestiones que nunca tuvieron respuesta. Hallando un espacio infinito para perderme en él, sin más motivo, que dejarme flotar sin gravedad, lejos.

Contemplo, desde ese espacio profundo, la belleza de la Tierra en su mágica fragilidad y la insolencia de algunos llamados humanos solo me produce rechazo. No concibo su violencia cruenta y su maldad, la soberbia de su ego de especie dominante, su ridículo apego a los materiales bienes y su afán por un poder destructivo. Admiro las manos de otros que protegen y siembran, las que apaciguan y crean, las que se unen como escudo incombustible contra la inhumanidad. Me indignan la manipulación y la mentira, el sometimiento por la brutalidad y la ignorancia, el desprecio y la indiferencia con su falta de empatía y compasión. Me congratulan la resiliencia, la bondad, la sororidad y la solidaridad.

Siempre hay un lugar para el Amor –debe haberlo–, íntimo y grandioso, valiente y sincero, pulsante y presente, elevado por encima de cualquiera definición o etiqueta. Un Amor en mayúsculas, libre de propiedades privadas, que brote indestructible más allá de lo comprensible.

Cuánto daño puede hacerse en su nombre y cuánto bien es capaz de brindar.

En esta insomne noche sideral que deambula entre los millones de almas que habitan mi planeta, tan distantes en apariencia y tan próximas en lo esencial, viaja mi búsqueda, entre la marea de humanidad. Mientras unos duermen y sueñan, otros comienzan su jornada matinal. Mientras la noche sombrea el tiempo de unos y alumbra la luz del sol para los demás. Cuando la primavera ofrece sus ternezas en un hemisferio y el otoño acontece en el otro.

En esa noche azabache de inquietud, cuando la contaminación lumínica es superada por las constelaciones y la negrura me permite divisar las estrellas, puedo sentirme parte de ellas.


 

 

 


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