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El tinte de la invisibilidad por Ana María Rivas-Ruiz

 

Se derrama la amanecida luz sobre las aceras donde, todavía, la brisa de la madrugada remueve los desperdicios mundanos. Salen de los agujeros, apenas despiertos, los que se agazaparon de la nocturna oscuridad, mal durmiendo sobre la almohada del miedo y la soledad. Resguardados en los rincones de un bajo que antaño fuera una entidad bancaria. En los recovecos y esquinas de las fincas, guarecidos bajo un edredón de mantas y cartones. Vestidos con los vestigios de las ropas que fueron propia piel y ahora no son sino harapos de la memoria, plomos en el alma, el tinte de la invisibilidad.

Llegaron de distantes lugares, huyendo, buscando la promesa dorada de una vida mejor y descubrieron la dureza del desencanto: no hay alcanzables paraísos. 

Da igual el nombre de las calles o la ubicación de la ciudad cuando se camina el mundo con el mismo traje del olvido. Resbalarán las lenguas sobre los sonidos de su idioma en una llovizna presurosa y cortante que nadie entiende. Sombras inconexas manchadas de las cenizas de corazones ardientes, que ya se extinguieron no se sabe cuándo ni por qué. ¿Quién busca sueños amagados entre los nubarrones contaminados de inhumanidad?

Un paso tras otro, moverse para que el cuerpo no se apelmace, sin norte ni sur. Hoy se dispersarán para picotear entre los guijarros de la tierra: tal vez una ayuda, tal vez una limosna; tal vez el rechazo, tal vez la nada. La indiferencia es un infinito vacío que dista entre las miradas.

Allí, te encontré de nuevo hoy, sentado en el mismo banco, confundido con la mugre de la polución, rodeado de las valijas donde habitas y donde viaja tu vida; supe que tus ojos esplendían como espejos líquidos, refulgiendo en un límpido azul. Un silencio contemplativo en tus pupilas y una dadivosa sonrisa, como perro vagabundo, mendigando las caricias imposibles de la gente que transita. Me pregunté si alguien sabría dónde hallarte, si estarías perdido o solo de paso en este camino de baldosas amarillas.

Fue solo un instante cuando se encontraron tus ojos y los míos con sorpresa. No hay mensaje más sonoro sin palabras, inquisitivo pero nítido en sus términos. Un momento, en el que ambos nos contemplamos sin que levitase una mota de polvo, sin que el sol calentase más allá, sin que el devenir del tiempo colapsase, sin que nada cambiase en su apariencia; sin embargo, sé que fuimos capaces de adentrarnos en la eclosión donde dos seres se preguntan: ¿quiénes son y cómo son capaces de verse?





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