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Ser rico por Francisco Pascual

 



   El coche de caballos se detuvo frente al teatro de la Ópera. Un lacayo les abrió la puerta y descendieron entre murmullos de admiración de los que allí se encontraban, todos ellos miembros de la nobleza y la aristocracia. Más allá, tras un cordón de soldados armados hasta los dientes, el populacho, expectante, contemplaba la escena. En los rostros y actitudes de las gentes se podían observar sentimientos tan dispares y entremezclados como la fascinación, la envidia y el odio.

   Eran la pareja de moda, la que daba elegancia y prestigio a cualquier acontecimiento de la alta sociedad en el que estuvieran presentes. Ella, la más hermosa y elegante; él, el más rico y apuesto. No obstante, eran conocedores de que habían despertado demasiados recelos. Quizá ella debería de comportarse de forma más recatada, ya que no dudaba en mostrar ostentosamente sus joyas, como el collar de esmeraldas que lucía esa noche, cuando una profunda crisis económica provocada por pertinaces sequías y plagas que agostaban las cosechas, azotaba con crueldad al pueblo llano.

   Sobre él se rumoreaba en los mentideros de la capital que el origen de su fortuna era tan oscuro como su pasado, del que prácticamente nada se sabía, ya que llevaba sus asuntos financieros con tal habilidad que nada se le había podido probar hasta el momento.

   Desde hacía unas semanas, se estaban produciendo algunos disturbios y algaradas por parte de la plebe hambrienta, que conforme pasaban los días aumentaban en intensidad y, en ocasiones, degeneraban en violencia fuertemente reprimida por el ejército, el cual era utilizado con excesiva frecuencia para estos menesteres policiales por el gobierno militar surgido del último cuartelazo. Los hombres cobraban sueldos de miseria con los que sus familias ni siquiera podían malcomer, y eso, quien tuviera un trabajo. Una feroz hambruna planeaba sobre los barrios más pobres, mientras que en los más ricos sus habitantes no dudaban en mostrar su opulencia. Él, en el fondo, comprendía la actitud de esas gentes, quizá porque antes perteneció a esa clase social y se vio obligado a pasar las mismas penurias y estrecheces, aunque tuvo la suficiente destreza y falta de escrúpulos como para poder sacar la cabeza del lodo.

   Cuando descendieron del carruaje, y después de los primeros cuchicheos de admiración, un murmullo de censura comenzó a elevarse de tono, lo que provocó que él se pusiera en alerta. De pronto, la tropa que vigilaba para que no se produjeran disturbios se veía desbordada y apenas podían contener a la muchedumbre. Sonó un disparo al aire seguido de gritos, carreras y pánico colectivo. Más disparos. Se había desatado el caos. Cuando estaba a punto de gritarle a su esposa que subieran de nuevo al carruaje para salir de allí lo antes posible, algo le golpeó la espalda y lo hizo caer de bruces. Mientras intentaba levantarse vio como un mozalbete harapiento arrancaba del cuello de su esposa el collar de esmeraldas. Ella, presa del pánico, gritaba como si la estuviesen sometiendo a tortura.

   A duras penas se levantó del suelo y echó a correr detrás del ladrón, pero volvió a tropezar y a caer. Una lluvia de golpes se le precipitó encima y sintió dolorosas punzadas en el pecho y la espalda. No podía respirar, la sangre manaba a borbotones de sus heridas, supo que iba a morir. De pronto, toda su azarosa vida pasó por delante de sus ojos, después la vista se le comenzó a nublar y contempló con terror cómo se definía delante de él la siniestra faz de la parca.

   En ese momento, nota que alguien le toca el hombro y lo zarandea. Abre los ojos y ve a un policía local con cara de malas pulgas que le ordena que se levante mientras le insiste en que tiene que buscarse otro sitio para dormir y no ese cajero automático, que hay albergues, aunque no le gusten. Lo apura, le da prisa, son las ocho menos cuarto y en poco rato el banco tiene que abrir sus puertas.

   El indigente se levanta raudo, no como otras veces, que se hacía el remolón; hasta se muestra alegre. Le dice al policía:

   —¡Ufff! Menos mal que me ha despertado usted. Lo estaba pasando fatal. ¡Qué pesadilla más terrible estaba teniendo! ¿Sabe?, creo que ser rico no debe de ser tan bueno como dicen…



                                               

 


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