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Principio para una novela por Andrés Amat

 


Porque a muchos engañaron los sueños,

por confiar en ellos fracasaron.

Eclo 34,7

 

La última noche de su vida, Segismundo Amis decidió celebrar su despedida de casado emborrachándose. Estaba pasando un mal día —a la mañana siguiente se consumaría su divorcio— y hacia el principio de la tarde, durante una siesta turbulenta, le había parecido soñar que un retumbo de tambores y un estruendo de trompetas anunciaban el fin del mundo. «¡Ya están aquí!», exclamó en el sueño. «Ahora me llamarán por los altavoces». Imaginó que acabaría cargado de cadenas, arrastrado hacia la perdición eterna por un largo túnel entre dos diablos con porras eléctricas, cascos con antena y perros de presa; y ya se disponía a confesar una por una sus incontables faltas, y a reconocer todos y cada uno de sus múltiples errores, cuando un heraldo montado en vespa entró por la ventana y le acercó un teléfono a la oreja. «Sólo estás soñando», oyó. Desconcertado por la revelación de que soñaba al cuadrado, buscó el regreso a la vigilia con un repeluzno de vértigo, y aunque por un instante fugaz creyó encontrarse a flote, pronto comprendió que el horror a la tarde de domingo lo sumiría en la más profunda miseria (o, lo que peor sería, en la nada). «Prefiero soñar al cubo», admitió con un aire de derrota. «O a la enésima potencia de pi», añadió, zambulléndose en el sillón. Y de inmediato, como si el sueño cumpliera una orden, apareció en la pantalla de un cine una bandada de palomas mensajeras que transportaba la Biblia página por página hacia el país de los antípodas, y apareció después una crisálida transformándose en mariposa, y más tarde una boca que escupió un huevo alado. «Tengo que sacar entradas», pensó. Pero cuando se aprestaba a pasar por taquilla, se encontró extraviado en un laberinto de espejos. Una sombra —con antifaz, capa y sombrero— se bifurcaba multiplicándose hasta el infinito. Mientras Segismundo, espantado, deletreaba hacia atrás el enigma de Edipo, la sombra, multiplicada (un millón de dedos índice en alto en ademán profético), le dijo: «Segismundo, Segismundo… Nunca serás nadie». «Segismundo, Segismundo… Nunca harás nada».



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