Porque a muchos engañaron los
sueños,
por confiar en ellos fracasaron.
Eclo 34,7
La última noche de su vida,
Segismundo Amis decidió celebrar su despedida de casado emborrachándose. Estaba
pasando un mal día —a la mañana siguiente se consumaría su divorcio— y hacia el
principio de la tarde, durante una siesta turbulenta, le había parecido soñar
que un retumbo de tambores y un estruendo de trompetas anunciaban el fin del
mundo. «¡Ya están aquí!», exclamó en el sueño. «Ahora me llamarán por los
altavoces». Imaginó que acabaría cargado de cadenas, arrastrado hacia la
perdición eterna por un largo túnel entre dos diablos con porras eléctricas,
cascos con antena y perros de presa; y ya se disponía a confesar una por una
sus incontables faltas, y a reconocer todos y cada uno de sus múltiples
errores, cuando un heraldo montado en vespa entró por la ventana y le acercó un
teléfono a la oreja. «Sólo estás soñando», oyó. Desconcertado por la revelación
de que soñaba al cuadrado, buscó el regreso a la vigilia con un repeluzno de
vértigo, y aunque por un instante fugaz creyó encontrarse a flote, pronto
comprendió que el horror a la tarde de domingo lo sumiría en la más profunda
miseria (o, lo que peor sería, en la nada). «Prefiero soñar al cubo», admitió
con un aire de derrota. «O a la enésima potencia de pi», añadió, zambulléndose
en el sillón. Y de inmediato, como si el sueño cumpliera una orden, apareció en
la pantalla de un cine una bandada de palomas mensajeras que transportaba la
Biblia página por página hacia el país de los antípodas, y apareció después una
crisálida transformándose en mariposa, y más tarde una boca que escupió un
huevo alado. «Tengo que sacar entradas», pensó. Pero cuando se aprestaba a
pasar por taquilla, se encontró extraviado en un laberinto de espejos. Una
sombra —con antifaz, capa y sombrero— se bifurcaba multiplicándose hasta el
infinito. Mientras Segismundo, espantado, deletreaba hacia atrás el enigma de
Edipo, la sombra, multiplicada (un millón de dedos índice en alto en ademán
profético), le dijo: «Segismundo, Segismundo… Nunca serás nadie». «Segismundo,
Segismundo… Nunca harás nada».
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