Ángel González Olmedo: «La mujer está tristemente vetada a lo largo de la historia, es un hecho».

 


Por Ginés J. Vera

Me concede una entrevista el gaditano Ángel González Olmedo, autor de narrativa fantástica y juegos de rol. Acaba de publicar La historia triste de un hombre justo (RedKey Books), la primera entrega de una saga de novela fantástica con elementos steampunk. La psicología y la música están muy presentes en su obra, inspirada en el Siglo de Oro, y que nos traslada a Ísbar, donde la realidad se moldea a golpe de acordes y en el que los bardos y armonistas son temidos y admirados por igual.

P.: Ubica su novela La historia triste de un hombre justo en un mundo fantástico, aunque pronto descubrimos ciertos rasgos inspirados en España y, en cuanto a la época, a la España del siglo XVII. ¿Por qué se decidió por este marco espacio-temporal?

R.: Hay muchas formas de caricaturizar la realidad. El Siglo de Oro, a pesar de darnos obras que han forjado el castellano, está también lleno de miserias. Es un escenario magnífico para trazar tonos de decrepitud en el cuadro y realzar aquellos elementos objeto de crítica social. Las pinceladas de steampunk aportan colores más grises; tenía curiosidad por ver cómo los engranajes de un aparente progreso se oxidaban en una época tan dura y vetusta.

P.: La historia triste de un hombre justo tiene algo de narrativa fantástica e histórica, aunque también una parte de realidad, incluso de crítica social; háblenos del fondo de la novela, de la crisis de valores y de lo que sigue moviendo a la condición humana a pesar del paso de los siglos.

R.: El posmodernismo fue una interesante herramienta metodológica en el seno de las academias y las universidades. El problema es cuando traspasa esas fronteras y aparece a finales del siglo XX permeando nuestra sociedad; para mí es como poner un arma en las manos de un niño. Ya no importa la verdad, sino lo que suena agradable y sea tendencia.

Nunca antes como ahora la cultura ha estado tan denostada; cualquiera se permite el lujo de opinar de todo bajo el paraguas de lo políticamente correcto y el falso corolario de que todas las opiniones pueden convivir en armonía. El pensamiento y la ideología siempre estuvieron mercantilizados, pero me temo que las fórmulas de mercado se han estilizado tanto que el pensamiento está secuestrado. Miren alrededor y contemplen como la gente repite exactamente lo que su partido, asociación o canal de televisión les inste a decir. Es tan estremecedor que recuerda al perro de Pávlov. Lo que más me socava es que, en el fondo, no se trata de imbecilidad, sino de aquiescencia social y falta de entereza moral. Y esto hay que denunciarlo.

P.: Dragos Corneli, el protagonista, no está solo en su epopeya a lo largo de las páginas de La historia triste de un hombre justo. Destacaría también la figura de su amigo Felindante Pelgrín, aunque voy a preguntarle por los personajes femeninos que aparecen en su novela, por el peso en la trama.

 R.: La mujer está tristemente vetada a lo largo de la historia, es un hecho. Nolvaria de Bruma forma parte del equipo de Dragos Corneli, y es sin duda el personaje más fuerte de la novela; así se lo hace saber a Corneli, diciéndole en un momento dado que prefiere morir antes que caer en ciertas tentaciones. Estuve a punto de meter la pata, poniendo a la mujer a la misma altura social que los personajes masculinos. No tengo nada contra estas ambientaciones, porque además creo que es una buena forma para promover la integración y la igualdad, sólo que creo que les viene bien a otros tonos de la fantasía, quizá más distendidos.

Pero mi novela es cruda, luego, necesitaba exponer la crueldad de la sociedad actual; y más si la traslado a una Edad Moderna. No hubiera tenido sentido que Nolvaria mostrara su espíritu insurgente y luchador si fuese aceptada en las universidades, así que eliminé esa paridad fantástica y mostré al ser humano tal y como es, cosa que me permitió criticar ese aspecto social que tanto me preocupa. Hice bien. Ella es Nolvaria de Bruma, la que tuvo que aprender por sí misma, la que miró al diablo cara a cara y le dijo que no estaba dispuesta a someterse ante él. Necesitamos Nolvarias de Bruma para luchar en batallas que sólo a ellas les corresponde.

P.: Una de las reflexiones de Corneli en su novela es que “Con los años, uno comprende que la estupidez no entiende de fronteras; destila elixires de odio, miedo y osadía allá por donde pasa”. ¿Nos la comenta?

R.: Esa frase me reconcilia conmigo mismo. Ahora la releo y sonrío, porque me recuerda a mi propia ignorancia. Cuando era estudiante universitario (hace ya 18 años) ya era consciente de que las cosas no funcionaban a mi alrededor. Conocí a gentes de otras naciones y empecé a envidiarlos porque creía que los españoles éramos un país de pícaros, quizá porque siempre hemos señalado este complejo en nuestra la literatura. Con el tiempo me di cuenta de que en todos los países se cuecen habas. Ejemplos tenemos todos los días: como la estupidez del brexit o una Unión Europea de timoratos, donde el Consejo Europeo es una reunión de colegas y la Comisión una mancebía donde medran aprovechados. Digo más, miro al posmodernismo filosófico de EE.UU. y tiemblo, porque sé que el nivel de ignorancia galopante allende el mar va a terminar por exportarse en Europa.



Más información sobre esta novela y su autor en este enlace: 


 


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