El camino estaba alfombrado por
los millares de hojas que habían caído de las moreras en las lindes del parque.
La lluvia las hacía brillar intensamente amarillas, verdes y pardas. El perfume
que el aguacero hacía brotar de la tierra, aligeraba mis pensamientos que se
prendían de las caprichosas formas de las hojas puntiagudas de los arces,
siguiendo la ramificación palmeada de sus líneas, cual pitonisa que leyera
predestinados destinos.
Contemplaba las ramitas y las
plumas que el viento había arrebatado de los nidos y, recordaba, cuántas
recogimos siendo niñas para jugar en nuestro paseo, convirtiéndolas en
improvisados navíos que navegaban bajo los chorros de las fuentes. Aquellas
plumas que atesoraba entre las hojas de mi diario para que, con mis palabras,
se produjese el prodigio de un vuelo etéreo.
Algunas luces de la Navidad, de
los balcones próximos, se reflejaban en los charcos. Un mundo al revés con sus
desnudos árboles agigantados, sus intensas luces intermitentes y un plomizo
cielo atardecido, aguardando para ser descubierto, no menos cierto que desde el
que me asomaba. Todos somos charcos más o menos profundos donde creemos atisbar
una completa realidad que no es más que una quimera.
El mundo parecía detenido en ese
instante, en la secuencia de mis devaneos con el espejismo y tú, seguías
flotando en mi mente.
Mis pies daban los pasos hacia la
estación de metro encadenados a su obligación aprendida. El paraguas bailaba,
sometido, a los soplos del aire y, un escalofrío me traía el azul de tus ojos
con su profundidad desmedida.
¿Por qué mundo deambularás en
este momento? No hay derecho ni revés. Ninguno es más innegable o más real que
el otro.
Me dejaste sola sobre la planicie
de la nada creyéndome fuerte para seguir sin ti y eché a caminar entre las
dimensiones de la existencia, sin mirar atrás. No sabías que eras tú quien se
convertiría en el reflejo perdido de un adiós, en un recuerdo que doliente,
cruzaría el eterno infinito.
Ahí estás, siempre en mi mente.
Asomándote desde la frontera
irreal de los paraísos que voy sembrando en los charcos de los renglones, en
las páginas desde donde mi voz puede hablarte y puede viajar hasta ese otro
lugar.
Ahora solo y siempre en mi mente.
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