Mis manos se aprestan a la disciplina del teclado en
una danza ignota, un ballet palpitante que acude desde los pasos de mis
pensamientos. Cada sorbo de aire que tomo para tratar de esbozar en palabras
rebeldes, los más insurgentes sentimientos, se entrelaza como pareja
indivisible, moviéndose, a los compases más primigenios sobre la faz de la
tierra en blanco, que recobra su sentido de ser.
La caja reposa sobre la mesa, junto a la pantalla. Destilando el perfume añejo del tiempo ajado y pretérito. Rebosante de imágenes cubiertas por la pátina cobriza de días remotos, de vidas pasadas, de instantes envasados en instantáneas como burbujas, que surcasen el tiempo sin los límites de la imposición fisiológica humana. Burbujas que parten, como naves siderales, cruzando dimensiones ilógicas con sus mensajes atrapados de instantes. Semillas imposibles sin fértil destinatario que acoja su originaria intención. Fotografías en blanco y negro que son borrones en sepia, cuarteadas por el tacto de quien tanto las besó, las guardó con devota reverencia, las recibió con ternura y las conservó como la memoria viva de tantos quienes, que, algún día, fueron alguien para ellos.
Hoy, frente a mi escrutinio, retrocedo generaciones
hasta perderme mientras sus ojos me siguen sin abandonar su detenida pose. Tal
como eran entonces, conservadas sus almas en el gesto, en el escenario donde
siguen dormitando sus mensajes de tarjeta postal. Declarándose promesas de
amor, dedicándose sincera amistad, comunicándose los bautizos o las bodas,
desfilando en sus trajes de soldado. Niños fantasmales de comunión con
semblante inquiridor, batallones del ejército en sugerentes y lejanos destinos,
damas con alta peineta de mantilla y rosario en mano, familias enteras
celebrando, muchachas saliendo a pasear por la avenida, costureras de blanco
impoluto bordando, trabajadores de mangas arremangadas, marineros a punto de
zarpar, gentes detenidas para la eternidad por un disparo singular.
Deambulan por el escenario del presente, atónitos por
mi ignorancia y mi asombro. Seguramente, por mi vano intento de reconocer lo
que para mí no iba dirigido. ¿O sí? Tal vez.
Jamás imaginaron compartir conmigo estos renglones, en
este trémulo tiempo y despertar la consciencia, contándome, viajeros del tiempo:
que en sus épocas también hubo males temibles, que persistieron por vivir y por
dar vida, que las precariedades no consiguieron doblegar sus esperanzas e
ilusiones y que soñaron con un mañana mejor, siempre.
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