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Sala de Espera por Ana María Rivas-Ruiz

 


Afuera queda marzo, con sus húmedos bancos de niebla al amanecer, deshilachándose hasta la orilla del mar y los naranjos urbanos exultantes del sensual azahar. Las copas colmas de tersas flores albas exhalando su fragancia, dulce y cítrica, embriagaron mi recorrido por las calles próximas. Son las mismas flores que, un día, salpicaron mi ramo de novia, con su aroma de pureza y me acompañaron, cuando te prometí amor eterno con un corazón rebosante de inocencia e ilusión.

Una ligera brisa en la mañana hizo danzar las ramas salpicando las aceras, bordándolas de pétalos blancos y, como una caricia, apaciguó los días grises anunciando la primavera.

Sin embargo, adentro, contemplamos desde la cristalera cómo acontece este jueves perdido entre el arroyo de incertidumbres que arrastra nuestros días. Sentados frente a una anodina pared, donde cuelga el cartel de Sala de Espera, aguardamos tediosas horas en las dependencias de este edificio, en la planta donde rezuman el dolor y la tristeza. Prisioneros fuera del tiempo, ahítos de una descarnada lucidez que nos encadena a un veredicto y a una lucha descarnada contra la cruenta enfermedad.

Sala de Espera, artificial remanso que va minando la frágil paciencia, que abona el miedo sembrándolo en nuestro corazón, acorralándolo de inciertas previsiones que se escapan como humo consumido. Donde el futuro no se distingue ni imagina en la sombra esquiva.

Sala de Espera. El mundo está allá afuera floreciendo, insensible e ignorante; prolongándose el invierno estanco, en nuestras almas, conteniendo nuestra esperanza entre una y otra sala de espera. Somos dos en el proceloso mar de una multitud de sombras que esperan su turno frente a una gélida pantalla, que nos ha transformado en siglas y números; cada vez que emite su timbre, levantamos la mirada en esta macabra danza de resignación. 

A veces, creo que despertaremos de este aciago sueño y volverán las jubilosas golondrinas, en sus vuelos, a librarnos de estos cuerpos de piedra donde estamos enclaustrados contra nuestra voluntad.

Afuera, despiertan del invernal letargo todas las criaturas, mientras lo impregna todo el perfume del azahar.

   



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