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La foto por Francisco Pascual

 



   Contemplo por enésima vez esa vieja foto en blanco y negro, casi sepia, que ha aparecido en el fondo de un cajón de la cómoda. Apenas me reconozco con esa cabellera abundante y alborotada. Me brilla la cara de sudor, el mismo que empapa aquella camiseta que no recuerdo. Debo tener doce o trece años, como mucho. La misma sonrisa, sincera, abierta, inocente, ajena a lo que el futuro que ahora mismo es pasado y presente me tenía preparado.

   Espigado, casi flaco, desde luego aún no entrado en carnes como tiempo después ocurriría, la rodilla vendada, las zapatillas sucias de barro, y esas gafas sesenteras que ahora me parecen tan horribles, pero que estaban tan de moda; bueno, eso decía mi madre, que siempre me acababa convenciendo de todo.

   Identifico el lugar, al menos tal y como aparece en la foto. Recuerdo ese algarrobo y los dos enormes pinos. ¿Aún estarán? Recuerdo a las personas, aunque a algunas vagamente, que solían estar allí; creo que ya no queda casi nadie con vida. Quizá aquello ya no sea campo abierto y lo haya invadido el asfalto en forma de polígono industrial; quizá ahora sea un parque público o un polideportivo, o quizá se haya convertido en un erial lleno de basura y desperdicios. Pero no pienso averiguarlo. Los recuerdos no envejecen si se quedan quietos; quisiera mantener intacta esa imagen, la de un chaval confiado frente a las trampas que la vida le va a poner por delante.

   Me acaricio la hirsuta barba blanca y el escaso pelo que me queda. ¡Este dolor!, la maldita espalda me está matando; se me hace un nudo en la garganta. No sé si cualquier tiempo pasado fue mejor, quizá en algunos casos sea posible, pero contemplarlo de esa forma resulta cruel. Sentir de manera tan descarnada el declive me llena de amargura.

   Maldita foto. Sin duda se escapó de la escabechina que hice tiempo atrás, cuando mi situación comenzó a hacerse irreversible y un mal día se me cruzaron los cables y arremetí contra todo y contra todos. ¿Por qué me ha tenido que saltar a la cara en estos momentos tan difíciles? Estoy a punto de romperla en mil pedazos, pero me retengo y poco a poco, como en cámara lenta, abro de nuevo ese cajón y la dejo en el oscuro fondo donde la encontré. No sé la razón por la que la he salvado del sacrificio, porque su contemplación me causa angustia. Quizá, en el fondo, es que no quiero dejar de recordar. ¿Quién sabe?

   El dolor de espalda va en aumento, se hace insoportable. Arrastro mis cansados huesos hasta el sillón, donde más que sentarme, me derrumbo. Creí haberme hecho a la idea de que no hay forma humana de volver atrás en el tiempo, que lo mucho que quedó por hacer sigue y seguirá pendiente en mi cabeza, que los errores del pasado casi nunca se pueden arreglar. Sin embargo, no puedo quejarme de la vida que he llevado, porque, como escribió el gran Neruda, «confieso que he vivido», pero no puedo evitar que una enorme angustia me oprima el pecho.

   La foto no tiene la culpa de nada, solo es un mudo testigo, un recuerdo más del inexorable paso del tiempo.

                                                                                 



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