Carrascal es aficionado a escribir desde muy joven, obtiene una mención honorífica en el premio de novela Club del Libro en Español (Naciones Unidas, Ginebra, 1984), así como otros reconocimientos literarios. Además es colaborador de diferentes publicaciones y escribe poesía, cuentos y narrativa.
P.: ¿Cómo surge la idea de escribir La atardecida? Creo que es su primera incursión en el género. Háblenos de sus veraneos en un municipio vallisoletano como germen emocional de lo que leeremos en ella
R.: La atardecida surge de mi experiencia temprana con el mundo rural en época de infancia cuando pasé algunos veranos seguidos en un pequeño pueblecito de la provincia de Valladolid llamado Aldeayuso. El impacto tan grande que me produjo aquellas gentes, su forma de vestir, de hablar, su manera de ver la vida, de sentir la religión, sus costumbres ancestrales, produjo en mí tal impresión emocional —tendría por entonces apenas once años— que siempre deseé mostrar todo aquello, en una especie de reconocimiento a aquellas gentes, en una novela. De ahí surgió La atardecida, un pequeño homenaje a las gentes rurales de los pueblos castellanos, a la naturaleza, a los animales, a Los santos inocentes y al gran escritor Miguel Delibes.
P.: Delibes, como apunta, late en las páginas ya desde la cita inicial del libro. Me sirve para preguntarle por el género naturalista en la novela actual. Quizá el lector medio, urbanita, prefiere evadir con temáticas más activas, con lo policial, el thriller o la ciencia-ficción, ¿qué opina?
R.: El género rural y naturalista que se describe en la novela pertenece a un determinado tipo de lector, de cierta edad, que siente éstos temas como suyos y los lleva en el recuerdo; el pueblo, los personajes rurales, sus costumbres..., tienes que haber vivido ese mundo y reflejarte en él para apreciar el relato de la novela. Reconozco que es un género minoritario y que hoy en día se lee más ficción y novela policíaca o thriller entre las personas más jóvenes y nacidas en otra época pero el estilo rural siempre tuvo y tiene un lector muy fiel que aprecia éste tipo de novela naturalista abanderada durante toda su existencia por el gran escritor y defensor de la naturaleza y del mundo rural Miguel Delibes.
P.: La afición a la lectura ha de fomentarse desde edades tempranas, creo que como el amor a la naturaleza. Por ese vínculo con Valladolid y sus municipios que comparte con Delibes, quería preguntarle por la localidad de Urueña. No sé si la ha visitado. También por el papel de las lecturas en la etapas escolares.
No conozco personalmente la localidad de Urueña en Valladolid —espero hacerlo algún año—, pero por lo escuchado y leído es un referente en el aspecto literario considerada la primera Villa del Libro en España. Es muy importante fomentar la lectura a edades tempranas y que ese hábito se mantenga durante toda la vida. Leer es vivir mil historias, adentrarse en otros mundos, vestirse de infinitos personajes…, leer es, en definitiva, vivir. Y eso hay que enseñar a los más jóvenes desde edades tempranas, a vivir.
P.: Una de las particularidades de esta novela es que además de la narración central aporta como pequeñas estrofas integradas en el texto. Hay algo de poético, de sinestésico o anafórico en esta novela, más allá de lo formal que resulta leer una novela, ¿es así?
R.: La atardecida es un libro de culto: no es un libro de entretenimiento o de intriga, no es tampoco un compendio de emociones, es decir, no es un libro al uso actual, cuando las modas lectoras nos llevan a unos géneros vinculados sobre todo al éxito editorial. Este libro se escribe y se lee al margen del tiempo y del espacio en que ahora vivimos, porque nos traslada a otras épocas y a otros lugares por medio de un género rural y naturalista presente en toda la novela. El libro pretende ser un cancionero en prosa de la vida de los pueblos. Además, creo que La atardecida es un libro clásico y al mismo tiempo experimental: clásico porque entronca con una tradición popular en la que queda representada una forma de vida ya desaparecida en su mayor parte y porque se inscribe en el modelo de otros grandes autores, y experimental porque su estructura narrativa es del todo inusual.
El efecto que trata de provocar todo ello en el lector es el de un realismo muy directo, rural y costumbrista, tan asentado en nuestras letras hispánicas. Así lo demuestran sus descripciones, de un realismo crudo y radicalizado, incluso revestidas a veces de un cierto naturalismo, todo ello en el marco de un ambiente rural y tradicionalista en el que no se percibe el paso del tiempo. Y también ciertos personajes de la narrativa de Delibes, que renacen de sus propios textos y se encarnan en otros personajes de esta novela. Incluso La atardecida nos presenta una cierta dimensión del realismo mágico, tan propio de los ámbitos rurales ancestrales, como por ejemplo el personaje de Abilio el Andorino, que mueve los objetos con su mano semirrígida.
Me expreso de este modo ―anafóricamente, por medio de estructuras reiteradas―, porque así puede transferir al lector la esencia de lo real, de su ámbito propio: simplemente, en el campo la gente habla así. El libro entonces se nos aparece como un largo poemario, o mejor, como un cancionero, cuyos versos estarían conformados con las secuencias narrativas de un relato ancestral, tan propio de la época de Miguel Delibes... En realidad, se podría afirmar que este libro es como un cancionero en prosa ―a veces parece que está escrito en una especie de verso misterioso― en el que se narran, con cierto tono de lírica popular, unos pocos acontecimientos que curiosamente no tienen nada de excepcionales, sino que forman parte de la realidad profunda, auténtica, y por ello quizá enigmática, de la vida en los pueblos, con sus costumbres de siempre, que ahora nos asombran porque hemos perdido el contacto con la naturaleza, y también con toda la realidad de este mundo, que ahora se ha vuelto tan polarizado y extremo. Y aunque por novela entendemos ficción, nos consta que hay mucha realidad en estas historias noveladas.
R.: Los personajes están basados en la realidad, en la experiencia de vivir con ellos y con sus historias aquellos veranos de la infancia. No he necesitado documentarme en ningún momento durante la obra ya que los personajes que se describen en el libro son reales y sus historias verídicas, fruto de lo que iba viendo, escuchando y lo que mi padre me contaba de aquellas gentes. Y al que tengo más aprecio es al personaje de la Niña Nicasita. La Niña Nicasita es el personaje encubierto principal de la obra. Representa una especie de viaje entre la vida y la muerte y está constantemente en todo el relato. Es como si quisiera recordar al lector la realidad existencial de éste mundo y la preparación para otro mundo futuro. Nazario, su hermano, es el actor secundario que hace que la Nicasita represente éste papel. El episodio donde la Nicasita habla a su hermano y se lo lleva con ella me parece algo lleno de una ternura infinita. Así lo describí porque así me contó mi padre que sucedió según la leyenda que se contaba en el pueblo.
P.: Por último, quería preguntarle por el lenguaje. Leemos una suerte de vocablos a lo largo de la novela poco usuales, del ámbito rural. Creo que no solo es un guiño al paisaje y paisanaje. Se me antoja que de algún modo es una reivindicación a la España mal llamada vaciada. A esa España rural a la que tan a menudo se le da la espalda salvo en los medios de comunicación con destellos como el paso de los pastores por el Paseo de la Castellana de Madrid. ¿Nos lo comenta?
R.: Siempre he tenido una preocupación intensa por el lenguaje, un cuidado casi obsesivo por la expresión: la corrección ortotipográfica, la adjetivación muy ajustada, los sintagmas tan alicatados, el despliegue de un léxico casi exótico, los términos siempre precisos, la puntuación tan intensa, incluso la sonoridad de las frases y de las secuencias narrativas a veces bastante largas, y el tono lírico del conjunto del texto que hace pensar en una evocación de un espacio lejano en el tiempo y en el espacio, acaso ya perdido. Al leer La atardecida el lector sentirá que el texto forma parte de una escritura transmitida desde el pasado. Y desde este punto de vista experimental cabe hablar de una escritura anafórica, que consiste en una reiteración sistemática de palabras y expresiones, como es típico del modo de hablar popular, convertido aquí en discurso literario. Se podría hablar de una especie de ‘resiliencia semántica’ de La atardecida, por cuanto el libro contiene multitud de vocablos del español del ámbito rural que ya en su mayoría están en desuso en el habla estándar multiurbana, lo que nos lleva a considerar la riqueza semántica de este texto y su aportación al tesoro multisecular de la literatura hispánica.
La atardecida. Jesús Carrascal. Adarve editorial.
Nota: Foto del autor cedida por él mismo.
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