El hombre del maletín encontró los ojos por accidente, cuando apretujado
en el ascensor estiraba el cuello para ajustarse el nudo de la corbata. Detrás
de dos secretarias, una joven más alta, a la que veía por primera vez, echaba hacia
atrás un fleco de pelo ondulado que le caía sobre la frente. Hubo un fogonazo
de reconocimiento, como en una cita entre desconocidos que acudieran con la
misma flor.
Salieron del ascensor en la misma planta, ficharon en el mismo reloj, se
alejaron por corredores distintos. El hombre del maletín trató de apagar el
fogonazo con cuatro frases: él tenía su vida; ella tendría la suya; ella
tendría unos veinte años; él tenía el doble. Pero, a modo de rescoldo, le quedó
la duda de si eran verdes esos ojos o si esos ojos eran grises.
Esa misma noche empezó a soñar con el puente. Noche tras noche encontraba
un mismo puente que no podía cruzar, como si el puente fuera la tortuga y él
fuese Aquiles. Algo se interponía antes de que alcanzara el otro lado, algo caliginoso
que lo despertaba bruscamente y lo mantenía despierto preguntándose si grises o
verdes.
Mientras tanto, continuaron encontrándose en el ascensor rodeados de
secretarias. Los dos como un reloj. Los dos, nudo ajustado y fleco en su sitio.
El hombre del maletín tratando de sofocar lo que ya iba siendo incendio,
queriendo no esperar algo inesperado que no sabía dónde esperar.
Una noche soñó por fin que cruzaba el puente. Eso lo despertó más
bruscamente que de costumbre y lo mantuvo despierto tratando de salvar un
bosque arrasado por las llamas, buscando refugio en cuatro frases, creyendo
haberlo encontrado al decirse que los sueños no tienen por qué cumplirse si no
se los quiere cumplir.
Se levantó mucho antes de que sonara el despertador (oyó un somnoliento
reproche de su mujer por haberla despertado con aquellos ruidos). Había
decidido finalmente huir del sueño, del puente, del incendio. Y para ello nada
mejor que llegar a la oficina con más de media hora de adelanto.
Pero había alguien más frente al ascensor vacío. Alguien que también
habría decidido huir, que estaría viendo también el ascensor como un puente,
que estaría pensando también en lo que por fin habría que decirse.
Porque algo habría que decirse. Si eran verdes o grises, por ejemplo.
Grises o verdes.




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